“Claro, ahora” -contestó tajante la voz que salía por el interfono-. No podía ser, llevaba cinco minutos en mi nuevo puesto de trabajo y ya tenía permiso para visitar la cafetería de los bajos del edificio.
El establecimiento, que ocupaba una de las manzanas más cotizadas de la ciudad, se llamaba “El café español” y era donde se daban cita las personas más influyentes. Alternaban jueces con políticos, refutados economistas y brokers. Su ubicación cerca de los juzgados de lo penal, lindando con un edificio gubernamental de usos múltiples y en el corazón de la citi financiera; se encargaba de que por el lugar pululase lo más granado de la capital.
Allí podría hacer valer mi extenso y completo currículo académico: máster en economía y dirección de empresas en la universidad de Florida, licenciado en ciencias económicas con mención de honor y cum laude, cinco idiomas, incluido el noruego, y por último, una beca concedida para perfeccionar mi nivel de alemán en la escuela de idiomas oficial de Berlín.
Pero los estudios son mi etapa pasada. No podía disfrutar de la beca, pues debía de trabajar para hacer frente a los pagos de la hipoteca del piso que mi novia de toda la vida, ahora embarazada, y yo, compramos hace un mes con la intención de casarnos algún día.
- Buenos días ¿Es usted Fermín, el camarero habitual del señor Albalorriaga?
- El mismo que viste y calza para servirle. Dígame qué desea.
- Soy el nuevo...- dudé cual era la ocupación correcta- el nuevo secretario de Don Mario Albalorriaga - No me dejó terminar.
- Lo de siempre ¿no?: un café caliente con leche condensada y un Sándwich de jamón york.
- Exacto, veo que nos llevaremos bien.
- No te creas, eres el tercero en lo que va de año, y estamos en abril.
Hasta que me despidió estuve llevándole a diario el café con doble de espuma...