No me extrañan nada las similitudes entre Toledo y Granada: las dos tienen alcázares, las dos, un pasado árabe , judío y romano. La fiesta mas importante de las dos es el Corpus Cristi y también fueron dos ciudades elegidas por los Reyes Católicos como residencia. Osea, “tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando” y Toledo como Granada.
Llegado a este punto, os contaré la noche toledana que pasé el viernes 22 en la ciudad de La Alhambra:
Este fin de semana he estado con mi Anita y mi hijo Álvaro, de turismeo por Granada. Nos hemos alojado en un hostal muy céntrico que mi cuñado nos ha encontrado por los" interneses". He olvidado decir que en la turné nos ha acompañado mi cuñado, cuñada y sobrina, esta última, de la edad de mi hijo.
El hotel, discretito, limpio, buenos colchones, habitación triple y situado en la Plaza de la Universidad.
Después del viaje, la ducha y seguidamente, a cenar y a quemar Granada. Mucho ambiente, sobre todo estudiantil. Los bares llenos y las prometidas tapas y cervezas, después de tres horitas, en nuestros estómagos. Y... a dormir que mañana nos espera La Alhambra, El Albaicín , Sacromonte y “La Cara Santa” y al día siguiente, El Parque de las Ciencias.
Como ya he dicho, el colchón invitaba a un sueño reparador y más después del viaje, el trabajo de esa mañana y sobre todo las cervecitas, el vino y el fresquito que empezaba ha hacer a la una y media.
¡Ay, pero que confundido estaba yo!. A esa hora y con el centro lleno de estudiantes paseando, diciéndose palabras de amor, divirtiéndose a placer, riéndose los muy condenados a carcajada limpia, pateando latas de forma divertida. Lo dicho ¡ay! seguro que estos gráciles y divertidos universitarios no nos van a dejar pegar ojo.
Como hago yoga, he conseguido abstraerme de lo que pasa a mi alrededor. A mí plim, porque yo me concentro, discrimino el ruido y ¡hala! a dormir que es gerundio. (Como yo no soy de letras, no tengo porqué saberme todos los tiempos verbales).
Después de veinte minutos utilizando las técnicas del Santo Job, me dormí. Cuando te acostumbras a un determinado ruido, este llega a hacerse inaudible. ¡Y un cojón de pato! Me río yo de Gandhi, del Dalai Lama y de Osho; es cierto que si el jaleo se mantiene sin altibajos puede que la monotonía del ruido te produzca tal mareo que ya tu oído no lo perciba de una forma desagradable. Pero si es por oleadas, ni Dios lo resiste.
Primera estación de penitencia.
A las dos y media pasaron unos tipos disfrazados ridículamente y portando a “colombrillos” a una muñeca inflable a la que habían puesto el nombre de la novia a desposar, ya que lo que celebraban era una despedida de solteros. Se reían mucho, por lo visto, habían vestido con ropa interior de la futura esposa a la muñeca y todos, menos el novio la habían pinchado (y no me refiero a clavarle un alfiler). Como era una procesión y la supuesta virgen ya estaba hecha unos zorros, y yo que estaba encima no les canté una saeta, pues pasó rápido y... a dormir otra vez.
Segunda estación de penitencia.
Esta vez las que pasaban, con unos vente minutos de diferencia, eran la novia que no se sabía burlada y sus amigas. Estas no portaban muñeco alguno, sólo se conformaban con una parte de este que llevaban todas a modo de felpa y que lucían enhiesta sobre sus cabezas. Las risas eran todo lo fuertes y ordinarias que se pueden considerar si llevas ese colgajo dándote golpes el la frente cual badajo ya extenuado. ¡Pero relájate! cada vez se casa menos gente y después de esto duermes tranquilo.
Tercera estación de penitencia.
Algún borracho que pasaba cantando "Asturias patria querida" se puso a llamar, como si le fuese la vida el ello, a un taxi con la lucecita verde, hasta que esta cambió a rojo y el condenado cabrón se dio cuenta que el pretendido taxi era sólo un semáforo a lo lejos. ¡Tranquilo Salvador! hooooonnmm...
Cuarta estación de penitencia.
No sé si serían mis técnicas o el cansancio, pero después de cada episodio que me hacía despertarme, pronto Morfeo me acunaba. De repente truenos y relámpagos ¡que bien! si se pone a llover se limpiará la calle de tanta monserga y serenata. Me asomo a la ventana y los relámpagos resultan ser los flashes de una cámara o de un móvil y los truenos, la locura de un tipo digno de estar en la penúltima planta de un frenopático (por lo visto, según dicen los chistes, en el penthouse de los psiquiátricos quien habita es el director). El maromo emulaba a los “Mayumaná“ y el desgraciado utilizaba para ello dos contenedores, de tamaño pequeño, haciendo ritmos bajando y subiendo las tapas. -Pero, alma de cántaro, ¿no te das cuenta de que si te pones a batir las tapas de un contenedor y estas frente a el, te tragas todas las miasmas?-. Me asomé a la ventana y cual gitana del Sacromonte le dije- “No te entrara un tifus, el cólera, una sífilis, una peste y todas las plagas, hijo puta. Cuando acabes la actuación te tiro flores pero con tó el arriate”. Me estas inflando los... y los tengo ya como melones. Te acompaño en el concierto, te bajo los pantalones y hago percusión con tus ... eso que rima con el Tigre de Gales, ese al que llaman "El Tom Jones"-.
Después de este tormentoso episodio la noche se fue tranquilizando y sólo estuvo rota por la tuna de derecho -sería por las bandas verdes que lo indican, porque derecho no iba ninguno-.
Cuando conseguí cerrar los dos ojos, un sonido agudo y desagradable me martilleaba los oídos. Era el despertador del móvil.
-¡ Shhiii !- levántate, Salva, que hay que sacar las entradas para la Alhambra. Las taquillas las abren a las ocho y tienes que estar allí con media hora de antelación. No hagas ruido que mientras el niño y yo vamos a dormir un ratito.
-Si cariño.
Vamos, que después de este vía crucis voy a volver yo a Granada para el Corpus Cristi.
Miguelito Ríos, anda y vuelve tu solo.