Mientras el cielo se llenaba de estelas,
el parque, de hojas amarillas,
los hospitales, de enfermos por sanar,
las quinielas, de números y letras,
mi cara y cuerpo, de muescas;
nunca quise amarte de verdad.
Fue un error,
un desbarajuste, una avería,
un radical libre capturado y preso,
un nudo en el cañón del corazón.
¡Yo nunca quise amarte de verdad!
Pero las razones no atienden a razón;
ni el agua en su torrente,
ni la sangre cuando hierve,
ni el tren que descarriló.
Por eso nunca quise amarte de verdad,
porque sabía de lo eterno del amor:
que el cielo se llenaría de líneas blancas,
el parque, de hojas amarillas,
las quinielas, de unos, equis y doses;
mientras suceda una cosa a la otra.
Y yo, sin el extintor de extinguir amor.
Porque me abrazan las mangas
de una camisa de fuerza
y no tú.
Pasan y pasan las páginas del calendario,
los aviones de plata que dibujan el cielo,
los barrenderos por el parque,
el alta de los enfermos,
los partidos del carrusel
y los pésames del tanatorio;
aunque el amor es el mismo,
pero tú...
nunca volviste a pasar.