Soy Adán, y hasta hace poco
era indiviso.
Así he caminado, como un adán,
por el paraíso.
Pero un día Dios,
sin previo aviso,
me durmió
sin pedirme permiso.
Cuando desperté
me olí el guiso,
que de costilla era,
y de un decomiso.
Así apareció Eva,
y me pidió compromiso.
Estaba yo, solo, tan a gusto;
que le hice caso omiso.
Pero ella me llevó a una cueva,
que sería nuestro piso.
Allí me enseña la breva,
y me gusta lo que diviso.
Noto que algo en mí se eleva,
pero no descamiso
¡Pero Dios eres la pera!
¿Por qué no me has hecho circunciso?
Eva, al darse cuenta,
hace un inciso.
-Adán – para arreglar esto,
hacerte una operación, es preciso.
- Adelante - le digo-
y me tumbo sin mostrarme remiso.
Pues, aunque enfermera no era,
un mordisco me dio conciso.
Y por eso estáis ahora aquí todos;
al no ser yo un indeciso.
Porque confieso que estuve a punto
de declararme insumiso.