Horas y horas de pupitre.
Historias inventadas
camino de casa o del colegio.
Amigos, aquellos, que fuisteis en mi infancia.
Cuantos momentos aprendiendo de la vida
cuando aun de ella no se sabe nada.
Los juegos y fantasías,
las meriendas y las primeras chicas compartidas.
Lazos anudados de la amistad pueril
que son escarcha en manos del sol del tiempo
Crecer no tiene hora fijada en el firmamento.
El camino aquel que parecía tan ancho
un día llegó a la encrucijada.
Elegir no era opción ni yo lo contemplaba.
Crecer tiene esas cosas
y ahora de vosotros ya no soy nada.
Cada uno es cada quien,
la edad nos hizo extraños.
No sé donde resisten aquellos amigos
ni aquellos años que parecían infinitos,
pero quedaron atrás
y me alejaron de la dulce niñez.
Aquella lealtad, aquella verdad
nunca volverá a ser igual.
Es grande la inocencia
que ocupaban esas amistades.
Su terreno, inhóspito ahora,
morará en el espacio de este poema
para siempre.